10 de abril de 2020

El sueño persistente de un cacaotero ecuatoriano.
Reportaje, original en inglés de Susana Cárdenas.

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Lo conocí hace tres años cuando buscaba cacao "heritage" (Cultivos de cacao especiales, con una historia atrás,  que se pueda trazar) en el Manabí profundo. Él es de esas personas que sino hubiese nacido agricultor hubiese sido político, y de los auténticos.  Así llegué a la represa la Esperanza a descubrir su cacao y su historia.

Nos esperó en el puerto con su canoa a motor "fuera de borda" que nos transportó por 20 minutos hasta su finca a la orilla de la represa. Ese embalse de aguas cristalinas provee de agua a gran parte de la provincia de Manabí y fue ideado a mediados de los años 1960, en la época de la peor sequía de Manabí,  e inaugurado 30 años más tarde.

La finca San Ignacio lleva el nombre de su bisabuelo, Ignacio Montesdeoca, de origen riobambeño, profesor, prohombre de la naciente población de Calceta, quien compró 800 hectáreas de montaña virgen. Su familia se dedicó al cultivo de caña de azúcar, cacao, ganado, pues esa tierra es extremadamente fértil y siempre es generosa. Luego su abuelo Salvador Montesdeoca Salas tomó la posta, después su padre Geroncio Montesdeoca Cedeño y él es la cuarta generación que combina cacao con ganadería.

Una de las plantaciones de cacao antiguas quedó inundada con el embalse, en 1995. Pero diez hectáreas de cacao Arriba Nacional de cincuenta y cien años yacen aún en una bella meseta a 140 metros sobre nivel del mar. “Crecí con cacao. En mi familia todos ayudábamos a cosecharlo, mi mamá, mis hermanos, mi hermana menor,” expresa.

Hace unos dieciséis años se vinculó con la Asociación de cacao insignia de la zona, en Quiroga, Manabí, región cacaotera que ha ganado por tres ocasiones el premio Excellence Cocoa Awards en el Salón de Chocolate de París.

En la Cooperativa aprendió los procesos de fermentación y post - cosecha y conoció a chocolateros de California e Italia, por mencionar algunos, que alababan su cacao y los motivaban a seguir cosechando el mejor cacao, para ellos hacer el mejor chocolate.

“¿Por qué no podemos hacer nosotros el mejor chocolate? ¿Qué nos impide hacerlo?” – pensaba Rolando para sí mismo.

Eso le sirvió a cambiar su molde mental de que sólo podían ser era buenos productores de cacao para transformarse a artesanos de chocolate. Después la USAID (Agencia Estadounidense de Desarrollo Internacional) implementó un laboratorio de perfil de sabores de cacao y aprendió hacer chocolate con una refinadora, un melangeur, tostadora, la temperizadora. Con algo de práctica y lo que pudo captar a través de internet y de preguntar por chats a conocedores, dejó la cooperativa e inició su propio taller de chocolate en su finca.

Allí nos recibió y compartió una exquisito barra de chocolate con el más puro cacao Arriba Nacional de su plantación. “La experiencia con el chocolate es bella, parecida al mundo del vino y los quesos. Quisiera que dejara ser un simple hobbie porque para mí es más enriquecedor que la ganadería,” afirma.

En esa montaña desde donde admiramos el embalse, los diversos tonos del agua, los árboles, las aves vuelan y corre un viento fresco, le pregunto. ¿Qué es para usted la riqueza?
“La biodiversidad es riqueza, tener sembrado 50 variedades de frutales es riqueza, el campo es riqueza.”

A pesar de la pandemia sigue cosechando cacao, al igual que sus vecinos y afirma que el precio es 30% menor al que le pagaban la semana pasada. Pero allí se siente protegido con su familia: Su esposa y su dulce niña de dieciocho meses.  Le preocupa la gente que dejó el campo por la ciudad y que ahora ansían retornar porque allí se sentirían más seguros. Quizás con ellos pueda cumplir su deseo que más gente de su zona no sólo cultiven cacao fino, sino que fabriquen chocolate fino. Su meta se alinea con nuestro sueño: que Manabí, Ecuador se convierta en Burdeos del cacao y chocolate de América Latina>>.

8 de septiembre de 2019

He regresado por estos cauces...

Aquí estoy, retomando la escritura de este blog, tanto tiempo olvidado en aras de las benditas redes sociales.
Tantas cosas han cambiado desde que escribí la última entrada. Después de una soltería impenitente, me comprometí a mis 44 años, y tengo una nenita que acaba de cumplir uno, que es alrededor de donde gravita mi vida. Sigo al frente de la hacienda familiar, luchando por mantener su rentabilidad en un entorno cada vez más difícil. Pero este último año, con mijita y su mamá viviendo conmigo en la casa de la finca, ha sido, con sus naturales vaivenes, uno de los mejores años de mi vida. Me siento en la plenitud de mi forma física  y más sabio de cuando tenía 25, para poder afrontar con presteza la crianza de Amelita y quizás, de otro hermano o hermana, antes que, como se dice en argot popular, "cerremos la bodega" con mi esposa.
Indudablemente que el desafío más grande que tenemos por delante es la educación de nuestra hija. No hay ninguna esperanza en las escuelas rurales cercanas, así que tenemos que encontrar la forma de llevarla al centro urbano más cercano, la querida ciudad de Calceta, donde yo estudié la educación primaria y en donde la oferta educativa particular permite compensar las posibles deficiencias que se podrían encontrar.
A diferencia de antes de mi compromiso, donde pernoctaba dos o tres noches por semana en la ciudad, y era una especie de "híbrido" entre ruralista y citadino, ahora, que me he asentado en forma permanente acá en la finca, me siento completo y satisfecho hombre de campo. Ya no me hace falta nada que me pueda ofrecer la ciudad. Acá en la finca tengo aire, agua fresca, naturaleza (que siempre estuvieron aquí), compañía, electricidad, saneamiento, tv satelital, internet móvil confluyen para ir eliminando las carencias en las que sobrevivía semi-aislado a comienzos de siglo, cuando, solitario y en compañía de un casero y su familia, me hice cargo de la heredad familiar.

Bienvenidos, de nuevo y gracias por leerme.

13 de octubre de 2015

Hay una ciudad

Hay una ciudad que reposa entre dos ríos y colinas y dirige su mirada a un valle sin igual. Hay una ciudad que es tierra de reinas, de juglares y poetas. Hay una ciudad donde pasear por las palpitantes calles del centro o ir hacia el barrio de los mocoreros es algo único. Calceta tiene un aire diferente, y quien lo visita por primera vez quiere afincarse para siempre. La hospitalidad calcetense en ejemplar, y donde más se la demuestra es el ofrecimiento al visitante de nuestra original gastronomía, donde el queso, el maní, el plátano, y la gallina criolla son los ingredientes claves para amasar los más exquisitos sabores.
Calceta es también cultura. Es un festival de balseros muy conocido en el país, son nuestros músicos, que rescatan tradiciones de antes pero también exploran nuevas armonías y ritmos. Es también su feria de los sábados,  única en la región. Son los comedores del mercado, con su sazón especial. Calceta es su Reloj Público, ese director de orquesta de hormigón y madera que deja oír su compás. Es también su Puente Rojo, de donde los más avezados adolescentes demostraban su arrojo, tirándose al Carrizal en invierno.
Calceta es su comercio vibrante, son los hermanos de otros cantones y provincias afincados en su seno. Es la pequeña industria que da trabajo, son los profesionales que cumplen su labor día con día. Pero también es la bella colegiala, el joven artesano, la dependiente del almacén. Es también sus deportistas y quienes han llegado a los años dorados. Es el joven emprendedor que trata de salir adelante, el barrendero humilde que la mantiene limpia, es el triciclero y el taxista.
Vivimos en esa ciudad  que nace y muere cada día, pero nunca está quieta. Que ha visto alejarse a muchos de sus hijos, pero no pierde la esperanza que regresen a su seno. La ciudad del Tuerto Ardila, del Mayor Tufiño y su inmortal frase, de la ciudad que vio llegar al balsero y partir al ferrocarril. La ciudad que ha tenido momentos duros pero sigue adelante por el esfuerzo de sus hijos. Vivimos en una ciudad llamada Calceta. Y esa es la verdad más bella que podemos borronear en estas líneas.
(Editorial publicada originalmente en revista "Calceta, por siempre sin par" de septiembre de 2015)


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