30 de mayo de 2010

COMO PRESENTACIÓN

¡Qué tanto ha cambiado el mundo en los últimos 10 años! Cuando el ataque del 11 de septiembre de 2001 estaba en Relámpago, donde el casero tenía una vieja radio chillona a pilas, la que muy inconstantemente, durante el fragante desayuno dejaba escuchar su voz .La mañana del día 12 pude escuchar en una de las conversaciones  informales a la que nos tienen acostumbrados nuestros locutores radiales como se referían a algo respecto al orgullo norteamericano y  a que nadie es invulnerable. La trasmisión terminó y me quedó la sensación ligera que algo grave había pasado allá afuera en el mundo. Los rumores de ese abigarrado planeta no llegaban al sitio Relámpago. Pausé mi curiosidad ya que las pilas se agotaron.Cuando, por fin el viernes me expulsó de ese verde paraíso incomunicado a la bulla de Calceta, al de llegar pude vislumbrar algo más en conversaciones escuchadas a retazos. Pero ya el impacto televisivo había pasado, aquella noche solo pude observar en un escueto "archivo" en el noticiero de un canal nacional la magnitud de esa verdad de la cual no supe mucho por más de 80 horas...
En 2005 llegó la electricidad, tanto tiempo esperada y tantas veces escamoteada, y con ella un televisor de 14" que nos abrió una pequeña ventana a ese mundo hasta entonces ajeno, no tanto a mí sino a los trabajadores, que de repente estuvieron en contacto permanente con otras realidades, pero sobre todos con ficciones personalizadas en telenovelas de baja calidad y en  viejas películas de acción aderezadas con letanías de publicidades baratas. En 2006 compré una base celular y pude comunicarme en una tarde que nunca olvidaré con la dulce voz de mi madre que estaba en la, hasta entonces, lejana Calceta (14 km de distancia). En el 2007  se popularizaron los móviles, así que la base quedó obsoleta.Un año después no había quién no tuviera uno, por más sencillo que fuera. Esto fue favorecido porque en un cerro cercano una antena fue colocada. En el 2009 pude conectarme a internet a través de un móvil, donde 9 años antes me había sentido tan incomunicado como Robinson Crusoe en su isla.

Soy consciente que cuando obtengo un beneficio o una mejora tengo que renunciar irremisiblemente a algo. Cuando llegaron estos adelantos, me despedí de un no se qué que nos acercaba al romanticismo de la vida campesina que se quedó en el ayer: las conversaciones con mi padre a la luz de la lámpara humeante de querosene, la luna que penetraba por los resquicios de las paredes, el ritmo cercano a la naturaleza que nos acompañó por tantos años. Esa vida se fué para siempre cuando llegó el transformador, el poste y los focos fluorescentes.
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