13 de octubre de 2015

Hay una ciudad

Hay una ciudad que reposa entre dos ríos y colinas y dirige su mirada a un valle sin igual. Hay una ciudad que es tierra de reinas, de juglares y poetas. Hay una ciudad donde pasear por las palpitantes calles del centro o ir hacia el barrio de los mocoreros es algo único. Calceta tiene un aire diferente, y quien lo visita por primera vez quiere afincarse para siempre. La hospitalidad calcetense en ejemplar, y donde más se la demuestra es el ofrecimiento al visitante de nuestra original gastronomía, donde el queso, el maní, el plátano, y la gallina criolla son los ingredientes claves para amasar los más exquisitos sabores.
Calceta es también cultura. Es un festival de balseros muy conocido en el país, son nuestros músicos, que rescatan tradiciones de antes pero también exploran nuevas armonías y ritmos. Es también su feria de los sábados,  única en la región. Son los comedores del mercado, con su sazón especial. Calceta es su Reloj Público, ese director de orquesta de hormigón y madera que deja oír su compás. Es también su Puente Rojo, de donde los más avezados adolescentes demostraban su arrojo, tirándose al Carrizal en invierno.
Calceta es su comercio vibrante, son los hermanos de otros cantones y provincias afincados en su seno. Es la pequeña industria que da trabajo, son los profesionales que cumplen su labor día con día. Pero también es la bella colegiala, el joven artesano, la dependiente del almacén. Es también sus deportistas y quienes han llegado a los años dorados. Es el joven emprendedor que trata de salir adelante, el barrendero humilde que la mantiene limpia, es el triciclero y el taxista.
Vivimos en esa ciudad  que nace y muere cada día, pero nunca está quieta. Que ha visto alejarse a muchos de sus hijos, pero no pierde la esperanza que regresen a su seno. La ciudad del Tuerto Ardila, del Mayor Tufiño y su inmortal frase, de la ciudad que vio llegar al balsero y partir al ferrocarril. La ciudad que ha tenido momentos duros pero sigue adelante por el esfuerzo de sus hijos. Vivimos en una ciudad llamada Calceta. Y esa es la verdad más bella que podemos borronear en estas líneas.
(Editorial publicada originalmente en revista "Calceta, por siempre sin par" de septiembre de 2015)


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