En estos dos últimos meses ha corrido bastante tinta en los medios provinciales debido a la pretensión de Guayas y Manabí respecto a la pertenencia a sus respectivas jurisdicciones del territorio no delimitado comprendido entre los ríos Peripa y Daule, conocido popularmente como la “Manga del Cura”. 40 000 habitantes desperdigados en una geografía semiplana de 400 Km2 que es reclamada por ambos prefectos. Sin sumergirme en discusiones bizantinas que confrontan a hermanos ecuatorianos con luchas más urgentes por delante, novelaré un poco sobre el origen del nombre y de dónde provino la historia en cuestión.
El Rev. Luis María Pinto aprovechaba comúnmente el sermón dominical, que era la ocasión cuando el templo de medianas proporciones de Calceta se llenaba con la feligresía a los cuales quería llegar con su plan. Las beatas bien pudieron criticarle, cuando se reunían en el frescor de sus casas, que el padrecito venido de la Sierra no se limitara a analizar hermenéuticamente los pasajes bíblicos que dictaba la liturgia sino que pontificaba sobre asuntos tan terrenales como la apertura de una trocha en dirección a Quiroga, y desde allí a las montañas. Corría el año de 1927, el proyecto liberal estaba irremediablemente perdido, el ferrocarril Bahía- Quito que conectaría el norte de Manabí con la lejana capital moriría para siempre en Chone. Ante lo agreste de la selva chonera, por donde 12 años después unos vivarachos muchachones llevarían un Ford modelo T casi al hombro hasta Quito, el sacerdote visionario ideó una ruta que saliendo de Calceta ascendiera por el río Barro. Siempre en dirección Noreste, atravesara las montañas de Membrillo y cayera a los tributarios del río Daule, donde se facilitaba el transporte hacia la capital, pasando por el naciente caserío de Santo Domingo de los Colorados y además se abría un acceso hacia el interior de la provincia fluminense.
No sabemos si al sacerdote lo impulsaba el ardor evangelizador, el puro impulso desarrollista de su feligresía o ambos motivos, lo que si sabemos es que, desde antes, existían colonos manabitas desperdigados en algunas áreas promisorias, que se quedaron tras la primera fiebre del caucho, que las palabras del consagrado empezaron a calar hondo en algunos jóvenes y hombres curtidos en el monte y que en el verano de 1928 fundaron la "Compañía Vialista Bolívar" y empezaron con la labor de trazado del camino y la trocha propiamente dicha.
El sacerdote había adquirido antes de entrar en el seminario conocimientos de herbolaria y de topografía. La primera le fue de utilidad a la hora de curar alguna dolencia de sus feligresía acompañante, porque a la vera de la ruta trazada se encontraban cual botica, que la madre naturaleza coloca gratuitamente, la medicina para casi todas las dolencias imaginables. La segunda le sirvió para buscar la ruta más adecuada, ya que cuando abandonó las tierras que drenan al Carrizal, lo accidentado de la geografía lo obligó a manejar con prolijidad la brújula y a trazar curvas a nivel. Debido a que las aguaceros se presentaron temprano aquel año hubo de posponer la terminación de la ruta propuesta hasta mediados de 1929. Un superviviente de aquella hazaña contaría a mi padre años después, como en un sueño, que después de remontar un cerro particularmente difícil pudieron vislumbrar una mañana diáfana, la alfombra verde, interminable, de sur a norte, de la bella provincia de los Ríos. Hacia donde nacía el sol, al frente, casi sobre el horizonte, el cura le señaló el blanco mortecino de un nevado que no pudieron identificar.
El padre regresó a su parroquia, la trocha o "manga" en el argot campesino sirvió de poco aliciente para la colonización acelerada de la zona a la cual dío acceso. El padre estuvo en Calceta hasta 1937. Pero los tiempos estaban cambiando. Al empezar la 2da. Guerra Mundial, los precios del caucho subieron otra vez y la masa campesina de las comarcas cercanas ingresaban en tropel por la ruta abierta por el Curita Pinto, en busca de la preciada H. brasiliensis. Una vez acabada la guerra y la fiebre del caucho, la mayoría se quedó en esa zona donde abundaban las tierras y escaseaban los brazos. La década de los '50 con sus repetitivas sequías aumentó la migración hacia esas tierras mas húmedas. Ya no se conoció como La Manga del Cura a la ruta de acceso, sino a la tierra que dió acceso la ruta.
¿ Y qué pasó con el padre Pinto? Otras luchas le esperaban. Años después participó activamente en la lucha por la cantonización de Pichincha, parroquia civil de Bolívar, el cantón del cual Calceta es cabecera. También sirvío en San Isidro, parroquia del cantón Sucre. Un poblado principal dentro de la "Manga" lleva su nombre, así como algunas calles en varios cantones manabitas.
Cascada de Armadillo, dentro de la Manga del Cura. |
Y así se escribe la historia...