Toda creación es un redescubrimiento de lo olvidado, o mas bien, una nueva versión de algo que, en nuestros sueños o en la irrealidad de lo cotidiano, habremos visto algún día. Si cada escritor es influenciado por alguno que deslumbró a la generación anterior, ¿no somos una suma inacabada hasta el infinito de los que nos precedieron, de los que bajo este y otro distinto sol fatigaron, tal vez, estas y otras tierras?
Estos versos que pude rescatar entre otros quizás mas dignos de distraer la mente de los hombres, representan mi simple deseo de traspasar en símbolos los sentimientos que atenazaban mi parte sensible, en los no tan lejanos años donde cambiamos de milenio. Veo en ellos fragmentos de un poema árabe que releí tantas veces en una antología que no logro rescatar, en ninguno de los dos mundos.
Amor no correspondido
Entre el azul del cielo
y el profundo suelo
vive mi amada.
Sus fuertes y gráciles piecitos
no lo han mancillado
ni el mármol ni el granito.
Sus muslos, el temple lo poseen
de aquella que camina
de jornada en jornada
(Hay que darle de comer a las gallinas)
(Niña, ayuda a tu padre
en los quehaceres campesinos).
La esbeltez de su torso
y la amplitud de sus caderas
son un fruto más
del radiante clima ecuatorial:
estalla de salud el adorado
cuerpo de mi amada.
Su piel es amasada
con los soles de septiembre
y el agua de vertientes primigenias
y la mata de su pelo es negra
como de negros corceles.
Su cuello, soberano portento
cuya esbeltez
remeda vanamente la palmera
en los altos cerros tropicales.
Corona el excelso conjunto
el espejo de su alma
cándida y amable.
El perfil de mi amada
es el de la reina Nefertiti
y en sus ojos rielea
ese espíritu majestuoso.
¡Dios!, ¡sabes muy bien que daría,
porque esos ojos me mirasen
como yo miro a su dueña!