Tantas cosas han cambiado desde que escribí la última entrada. Después de una soltería impenitente, me comprometí a mis 44 años, y tengo una nenita que acaba de cumplir uno, que es alrededor de donde gravita mi vida. Sigo al frente de la hacienda familiar, luchando por mantener su rentabilidad en un entorno cada vez más difícil. Pero este último año, con mijita y su mamá viviendo conmigo en la casa de la finca, ha sido, con sus naturales vaivenes, uno de los mejores años de mi vida. Me siento en la plenitud de mi forma física y más sabio de cuando tenía 25, para poder afrontar con presteza la crianza de Amelita y quizás, de otro hermano o hermana, antes que, como se dice en argot popular, "cerremos la bodega" con mi esposa.
Indudablemente que el desafío más grande que tenemos por delante es la educación de nuestra hija. No hay ninguna esperanza en las escuelas rurales cercanas, así que tenemos que encontrar la forma de llevarla al centro urbano más cercano, la querida ciudad de Calceta, donde yo estudié la educación primaria y en donde la oferta educativa particular permite compensar las posibles deficiencias que se podrían encontrar.
A diferencia de antes de mi compromiso, donde pernoctaba dos o tres noches por semana en la ciudad, y era una especie de "híbrido" entre ruralista y citadino, ahora, que me he asentado en forma permanente acá en la finca, me siento completo y satisfecho hombre de campo. Ya no me hace falta nada que me pueda ofrecer la ciudad. Acá en la finca tengo aire, agua fresca, naturaleza (que siempre estuvieron aquí), compañía, electricidad, saneamiento, tv satelital, internet móvil confluyen para ir eliminando las carencias en las que sobrevivía semi-aislado a comienzos de siglo, cuando, solitario y en compañía de un casero y su familia, me hice cargo de la heredad familiar.
Bienvenidos, de nuevo y gracias por leerme.